lunes, 15 de noviembre de 2010

Del aplauso. Cómo y cuando (Por José Prieto Marugán)



El aplauso es la muestra de nuestro agradecimiento a quienes hacen el milagro de convertir un amplio y extraño conjunto de símbolos en sonido. Es una muestra de educación y cortesía, incluso con aquellos que no hacen bien su trabajo. Es una expresión de aliento, apoyo y cariño para quienes pasan el mal rato que supone tener un despiste o un lapsus.

Es, también, el alimento espiritual del músico, pero para que no resulte indigesto para nadie, hay que saber administrarlo. No hay nada peor que alimentar el yo de un músico egocéntrico; puede llegar a creerse único en el mundo, poseedor de la verdad interpretativa absoluta.

Quienes no tienen costumbre de acudir a las salas de conciertos o a los teatros líricos suelen ponerse en evidencia porque no saben cuándo hay que aplaudir y lo hacen precipitadamente y a destiempo. En las líneas siguientes pretendemos orientar a nuestros lectores sobre este tema. Nuestros comentarios no son normas de obligado cumplimiento, sino una sugerencia de comportamiento para que el aplauso cumpla su función primordial y no se convierta en un ruido molesto, incómodo y destemplado.

En primer lugar dejemos constancia de que no se aplaude en todos los lugares en los que se puede escuchar música; por ejemplo, a nadie se le ocurre aplaudir en su casa o en el coche después de escuchar un CD. Aunque cada vez menos, en los conciertos que se celebran en iglesias no suele aplaudirse por respeto al lugar, aunque esta costumbre se está diluyendo. ¿Qué hacer? Lean la siguiente anécdota. En 1963, Zubin Mehta dirigía la Sinfonía coral de Beethoven a la Orquesta Filarmónica Checa, en la Catedral de San Vito. Al director hindú le hubiera gustado escuchar los aplausos del público, pero en el tempo no aplaudió nadie. Al abandonar la catedral, Mehta asistió a un espectáculo infrecuente: ocho mil espectadores se agolpaban a ambos lados de la calle y aplaudían frenéticamente. La tradición había sido nuevamente respetada pero Zubin Mehta pudo comprobar el éxito de su interpretación.

Quedamos pues en que se aplaude sólo en salas de concierto y en teatros de ópera o zarzuela.

Quedamos pues en que se aplaude sólo en salas de concierto y en teatros de ópera o zarzuela. Pero no se aplaude de la misma manera, ni en los mismos momentos. Empecemos por la sala de conciertos. Hay veces en que en cuanto empiezan a salir los músicos, se escuchan los primeros aplausos; no lo consideren ustedes una grosería, pero en ese momento no hay que aplaudir. En los países de tradición anglosajona el primer aplauso se produce cuando sale el concertino (el violinista que aparece en escena cuando ya están los demás músicos en su puesto, el que comprueba la correcta afinación de la orquesta): es el saludo del auditorio a la orquesta. En España no era costumbre aplaudir la salida del concertino, pero parece estar generalizándose lo contrario.

El siguiente aplauso se le da al director cuando se dirige al podio. Es también una muestra de cortesía. Cuando en el concierto intervienen solistas, vocales o instrumentales, no hay problema: como salen al mismo tiempo que el director…

¿Cómo se sabe cuando hay que aplaudir? En esto hay diferencias entre un concierto instrumental y una representación teatral. En los primeros es bastante sencillo: al final de cada obra; nunca, ojo, nunca, cuando concluye alguna de las partes, lo que los músicos llaman movimientos. En los programas de mano bien hechos es muy fácil verlo. Si usted no sabe qué es eso de movimientos, o el programa de mano es pobre, siga este consejo: espere, no se precipite, no quiera ser el primero. Observe a los que entienden, a los expertos y, en el peor de los casos, fíjese en los músicos; ellos le indican claramente cuando puede usted empezar a batir palmas; cuando el intérprete relaje sus brazos y los deje caer a lo largo del cuerpo, es el momento. Este lenguaje no verbal resulta extraordinariamente expresivo.

En las representaciones de ópera y zarzuela el aplauso es algo diferente. Casi nunca se aplaude la salida de la orquesta por la sencilla razón de que no se les ve cuando ocupan sus sitios en el foso. Lo mismo ocurriría con el director si no fuera porque los teatros iluminan el podio con la luz de un foco cuando el director se encamina a ocuparlo. Es el momento de saludar –aplaudiendo– a los instrumentistas.

Los cantantes se quedan sin ovación inicial, porque o el telón está echado o la escena está a oscuras, momento que aprovecha la orquesta para interpretar el preludio o la obertura.

Comenzada la representación, en nuestros teatros se manifiestan dos posturas contrarias y encontradas sobre el tema del aplauso. Hay quien, después de cada aria o romanza, que suelen terminar con un espectacular agudo, aplaude con entusiasmo. Otros espectadores esperan a la conclusión de un acto, para expresar mediante las palmas ese mismo entusiasmo.

La ópera o la zarzuela son obras globales y su desarrollo argumental no debe ser gratuitamente interrumpido.

Hay seguidores de ambas escuelas e incluso entre los cantantes, y explicaciones y justificaciones para cada fórmula. Los primeros sostienen que el cantante necesita inmediatamente del aplauso del público que premie su esfuerzo. Los segundos argumentan que aplaudir cada aria o romanza interrumpe la acción dramática. Desde luego, resulta ridículo ver como el barítono –que siempre es el asesino– se detiene, puñal en mano y odio en los ojos, y espera, como un muñeco de cera, a que acaben los aplausos para dar muerte a la soprano o al tenor de turno. Lo raro es que los mate, porque después de estar en esa pose, lo más normal es que se le pase el enfado, recapacite y no cometa un crimen aunque lo prescriba el argumento.

Personalmente nos inclinamos por la segunda fórmula. La ópera o la zarzuela son obras globales y su desarrollo argumental no debe ser gratuitamente interrumpido. Los cantantes, ansiosos de ovaciones y los espectadores ávidos de aplaudir, pueden esperar perfectamente a que concluya la obra o uno de sus actos. Merece la pena probarlo.

Después de estas disquisiciones, con las que ustedes pueden estar, o no, de acuerdo, permítannos unas recomendaciones de tipo general.

  • No es necesario aplaudir todo. Hay intérpretes con escaso sentido autocrítico, y si sólo escuchan aplausos, pueden llegar a creer que lo hacen bien.
  • No trate de ser el primero en aplaudir para demostrar que sabe cuándo es el momento. Como se equivoque, el ridículo será espantoso, puede ser públicamente siseado y quedar marcado como ignorante para los restos.
  • Sea discreto y elegante; no abuse de los decibelios en sus palmadas, ni las dé cómo si estuviera abanicando con los brazos.
  • Tampoco aplauda con sosería ni amaneramiento: golpear la palma de una mano contra el dorso de otra, puede parecer muy elegante, pero no es aplaudir (Vea el Diccionario).
  • Si es usted dama y lleva guantes, quíteselos; de lo contrario su aplauso no pasará de un pobre "mezzo forte".
  • Libere sus manos de toda clase de objetos y no haga contorsionismo tratando de sujetar bolsos, abrigos, programas de mano… Cuando llegue la hora de aplaudir, aplauda como Dios manda.
  • Mientras aplaude, puede gritar –sin exagerar– "¡Bravo! o ¡Brava!, según corresponda; son los términos italianos adecuados.
  • Cuando la música termina suavemente es un crimen interrumpir ese momento. Si hemos sido capaces de guardar silencio durante el concierto, nada nos cuesta mantenerlo cuatro o seis segundos más. Es impresionante y muy saludable para el espíritu gozar de esos pocos segundos en los que nada se oye, en los que mil o dos mil personas apenas respiran, en los que la música parece escaparse de las manos del intérprete. ¿Por qué rompemos ese mágico instante, con un aplauso inoportuno, con un bravo estentóreo?
  • Al final, si le apetece, aplauda todo lo que quiera, bata sus palmas durante minutos. Siga el ejemplo de nuestra Reina (aunque sea republicano) que es una de las personas que más tiempo sostiene su aplauso. Hágalo, aunque sea por puro egoísmo: es la única manera de conseguir una propina. Aunque los hay peseteros, la profesión de músico es una de las más despegadas y espléndidas y cuando siente reconocido su trabajo, no tiene inconveniente en agradecerlo volviendo a tocar o a cantar.

No hace falta decirlo, el aplauso es una manifestación de agrado, pero ¿qué hacer cuando lo escuchado no nos gusta?. El catálogo es amplio, muy amplio. Nos ocuparemos de él en la siguiente entrega.

1 comentario:

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